‘Ritos Ocultos’: El folk horror vuelve con fuerza… y con máscaras espeluznantes

Por qué este thriller rural te hará recordar que Midsommar no era una simple rareza sueca.

Hay algo en los bosques, las aldeas remotas y las tradiciones antiguas que nos sigue helando la sangre. El folk horror —ese subgénero que mezcla lo rural con lo ritual— está más vivo que nunca. Y sí, Ritos Ocultos es una de esas películas que no vienen a reinventar la rueda… pero sí a hacernos girar con ella hasta lo más oscuro del folklore británico.

Dirigida por William Brent Bell (The Devil Inside), esta nueva entrega del terror pagano no se complica demasiado: nos lanza de lleno a un pueblo encantador —pero inquietante—, donde lo que parece una inofensiva celebración otoñal se convierte en una pesadilla con aroma a hoguera y disfraz.

¿La premisa? Sencilla y eficaz.

Berrow, un rincón pintoresco del campo inglés, celebra cada otoño su Festival de la Cosecha. Un evento lleno de color, máscaras, fuegos y rituales para proteger al pueblo de Gallowgog, un espíritu ancestral. Pero este año, todo se tuerce. Grace, una niña elegida como el “Ángel de la Cosecha”, desaparece en plena ceremonia. Su madre, Rebecca, se lanza a buscarla… sin saber que está a punto de cruzar la línea entre superstición y horror.

Tópicos que funcionan, atmósfera que envuelve

Sí, aquí hay clichés —la forastera, el pueblo con secretos, los rituales paganos— pero están bien jugados. Porque cuando tienes a Ralph Ineson poniendo la voz grave al Señor del Caos y un paisaje que parece salido de una postal maldita, lo predecible se vuelve perturbador.

Ritos Ocultos no es El hombre de mimbre (1973), pero no necesita serlo. Tiene su propia identidad visual, un ritmo hipnótico y esa capacidad de meterse bajo la piel que solo el buen terror rural consigue. Y de paso, nos recuerda que Midsommar no era solo una película más con flores y trauma.

¿Vale la pena?

Si lo tuyo es el terror que no grita, sino que susurra entre los árboles, esta cinta es para ti. Ve con paciencia, prepárate para el desconcierto... y no te fíes nunca de una máscara sonriente.